Como se sabe, el significado etimológico del término Deontología es el de «ciencia o tratado sobre los deberes». Durante demasiado tiempo, todo lo relativo a la Deontología ha estado considerado como algo desfasado, un tema interno y «corporativista», materia exclusiva de los colegios profesionales, y de escaso interés general. Simultáneamente a ese descrédito, la Bioética ha alcanzado un importante reconocimiento. Lo anterior representa una auténtica paradoja, ya que la deontología es ética y la ética médica es bioética. Constituyen un mismo universo conceptual: el de los valores morales. La Ética siempre impregnó el ejercicio de la Medicina, hasta el punto de que no es concebible (ni asumible) una praxis médica carente de valores. ¿Cómo es posible no apreciar un buen Código Deontológico? Entiendo que esta situación tiene su origen en el desprestigio que, en su momento, padecieron los colegios profesionales. Tras la legalización de los sindicatos, el protagonismo asumido por las sociedades científicas y el hecho consistente en que la inmensa mayoría de los médicos trabajamos para el servicio público, ha surgido el debate referido a la utilidad de estas corporaciones, siendo cuestionada su continuidad. Mi análisis conduce a una conclusión diametralmente opuesta: es precisamente ahora (estando los intereses de otra índole protegidos por sociedades, sindicatos y por la propia Administración) el momento crucial para que las entidades defensoras de las buenas prácticas profesionales afloren como una garantía imprescindible. Cualquier estructura social se fundamenta en la aceptación de unos conceptos, considerados fundamentales y tácitamente compartidos por la práctica totalidad de la población: Libertad, Dignidad, Responsabilidad, Generosidad, Solidaridad, Tolerancia,…